Hay un término que supongo que a todos os sonará ya: DISCÍPULOS-MISIONEROS. Se utilizó por primera vez en los documentos de la reunión
de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Aparecida, y el Papa Francisco
lo ha aplicado a su magisterio para toda la Iglesia en la Evangelii Gaudium. El evangelio de hoy es la base escriturística
de todo el programa de renovación pastoral que el Papa nos propone: una Iglesia
en salida, misionera, en la que todos los miembros son misioneros y agentes de
la evangelización.
Mi parroquia ha acogido esta invitación y estamos
en esta línea misionera. No salimos mucho en el sentido literal pero sí que
hemos optado por la apertura y la acogida. Esa transformación de una pastoral
de mantenimiento a una misionera no es nada fácil. Supongo que a algunos
discípulos de Jesús se les cayeron los esquemas cuando Jesús los envió a
evangelizar: “pero Maestro… yo decidí ser tu discípulo para aprender de ti… no
para enseñar a otros”. Y supongo que en ese grupo también hubo tensiones cuando
a la vuelta de la misión se unieron nuevos discípulos a los que Jesús trataba
como a los antiguos, a los primeros. En el grupo de los discípulos, lo sabemos
porque los evangelios no maquillan las cosas, había problemas por ver quién era
el primero. En las comunidades cristianas primitivas como la de los gálatas
había problemas porque los de origen judío, los circuncidados, se creían
primeros respecto a los paganos no circuncidados. Aquello no era una balsa de
aceite. No era un remanso de paz. A mí todo esto me consuela porque mi
comunidad tampoco es un remanso de paz. Como decía en la Asamblea de fin de
curso no se trata de ser malos o buenos sino de ser inteligentes “emocionalmente”
para gestionar los problemas y los roces.
Andamos todos bastante heridos y al rozarnos y
tocarnos las heridas saltan chispas. Y los que se acercan a nosotros buscando
ese consuelo del que habla Isaías pueden percibir malos rollos que echan para
atrás. Para la reflexión de cada uno fijémonos en San Pablo, en la profundidad
de lo que dice. Todos somos nuevas criaturas, no hay cristianos de primera y de segunda. Y habla de estar crucificado
para el mundo y que lleva en su carne las marcas de la cruz. A ver si se
explicarme bien. El pastor vive la caridad pastoral, el mismo amor que Jesús
tiene por sus ovejas y ese amor no es sin sufrimiento. El pastor sufre por su
pueblo, es herido incluso por sus mismas ovejas, pero cuando vive esto con
amor, esas heridas curan y sanan a su pueblo. Lleva en su carne las marcas de
la pasión, sufre y muere para que otros vivan. Esto que yo vivo en mi
ministerio debe ser asumido por cada discípulo-misionero. No hay misión sin
cruz, sin sufrimiento, sin amor. Al final del curso pastoral, en vez de
lamernos las heridas y lamentarnos de ellas, ofrezcámoslas con amor por nuestros
hermanos, por todos, los antiguos y los nuevos, los que estamos y los que
vendrán. Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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