ECOS DE LA SEMANA SANTA
El Miércoles Santo me hice un
corte en el pulgar derecho y no pude teclear durante unos días. Me vino bien no
encender el ordenador y ayunar un poco de mi vida internauta. Comparto hoy, después
de unos días de Pascua ajetreados los ecos que la Palabra de Dios dejó en mí.
La Palabra de siempre de la Semana Santa pero leída desde la perspectiva del Jubileo
de la Misericordia.
El Jueves Santo me fijaba en el
gesto de lavar los pies que implica agacharse. Y recordaba que alguien había
dicho que la Misericordia es el amor de Dios que se agacha. Dios no se ahorra
lo que haga falta para buscarnos y encontrarnos y se agacha hasta límites
insospechados para convencernos de que nos quiere. Pensábamos hasta donde
estamos nosotros dispuestos a agacharnos ante los demás. Pensábamos con quién
concretamente lo íbamos a hacer con el perdón en esos días.
El Viernes Santo, después de
releer la “Misericoridiae Vultus” prediqué que la Misericordia no es una idea
bonita, un principio moral, que para nosotros tiene un rostro concreto y ese
rostro es Jesús, y sobre todo durante la Pasión. Nos parábamos a recordar
quienes han sido en nuestra vida rostro de la Misericordia de Dios y para
quienes hemos sido nosotros ese Rostro. Yo compartía mi experiencia en el
sacramento de la Reconciliación. Y nos planteábamos quien necesitaba en esos días
que nosotros fuésemos rostro de la Misericordia.
En la Vigilia Pascual las letras
de colores que formaban la palabra MISERICORDIA que durante la Cuaresma habían
ido colocándose ante el altar, estaban ahora colgadas sobre el sagrario y bajo
la cruz. La Misericordia en Pascua está exaltada. El crucificado ha resucitado.
Nos fijábamos en la lectura de Isaías que dice que la Ira del Señor dura un
instante, pero su misericordia es terna. Ese instante es como una palmada, no
es más. En cambio el amor de Dios es para siempre. Ese “para siempre” es el
amor que de verdad deseamos y sólo lo podemos encontrar en Dios. FELIZ PASCUA A TODOS.
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