domingo, 4 de enero de 2015

DOMINGO II DE NAVIDAD

La Navidad, el Misterio de la Encarnación nos ayuda a descubrir la grandeza de la dignidad humana. Al concepto elevado y grande que los seres humanos hemos llegado a tener los cristianos añadimos algo cualitativamente más grande. Somos capaces de la encarnación. Los seres humanos somos tan maravillosos, tan especialmente diseñados y creados que somos capaces nada más y nada menos de encarnar a Dios.  Las herejías de los primeros siglos del cristianismo que negaba la encarnación eran antropológicamente pesimistas. El problema de nuestro tiempo no es este sino el afán de placer y de disfrute. Así, se ha llegado a acuñar una expresión peligrosa «calidad de vida». En el mensaje para la jornada del enfermo el Papa advierte sobre la trampa de esta expresión que lleva a pensar que la vida de un enfermo vela menos y no merece la pena ser vivida. La cultura del descarte nos empuja a descartar a los enfermos terminales y a los no nacidos con problemas de salud. Y todo ello bajo la capa de una falsa compasión. Cuando quitamos a Dios de en medio, cuando negamos la trascendencia del ser humano curiosamente nos volvemos contra nosotros mismos. Por eso es tan importante la encarnación. Una de las primeras proclamaciones de la igualdad de todos los seres humanos la encontramos en una de las cartas de San Pablo. Y la igualdad radical es la de ser hijos de Dios. En la segunda lectura de hoy San Pablo desvela que esto estaba en los planes de Dios desde antes de la creación. Un universo habitado por seres capaces de acoger a Dios, capaces de hacerse divinos. Y no por medio del amor humano, no es fruto de poder del ser humano, sino por el poder de Dios. Alcanzar esta conciencia este sentido es algo maravilloso. Vivir como proyecto de encarnación le da la vida un sentido especialísimo. Como siempre no nos quedamos embobados con el gozo de haber alcanzado esta sabiduría, de haber descubierto la esperanza a la que somos llamados. Descubrimos que hay muchos que no se han enterado y no saben nada de esto, no saben bien quienes son y para qué existen. Podemos ser profetas de esta gran verdad y sencillamente decirle a alguien que no lo sepa: “tú eres hijo de Dios y él te ama”. Feliz día y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí. 

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