El Adviento de esta Navidad ha venido marcado por
la lectura de un libro sobre el mal de la Acedia. Ese desánimo y tristeza en la
vida cristiana que ha impregnado nuestro corazón y muchos de nuestros
ambientes. La acedia tiene una gran influencia sobre el tiempo. Afecta en
primer lugar a la memoria agradecida, no somos capaces de reconocer las victorias
de Dios en nuestra vida (vamos aoncfesar y nos parece que siempre nos
confesamos de los mismo) se seca nuestra alabanza y nos roba la alegría del presente.
Y finalmente nos falta la esperanza en el futuro. Tomás decía que contra la
acedia que es un pecado contra el gozo de la caridad no cabe más remedio que la
encarnación. La acedia es una tristeza dulzona que se introduce en nuestro
corazón y que nos lleva muy poco a poco, sin que nos demos cuenta a desesperar
de la felicidad eterna. Podemos pensar: ¿de verdad me pasa eso a mí? Mira a ver
con qué te deleitas, qué felicidad ansía tu corazón. Y es que como pensamos que
no vamos a alcanzar esa bienaventuranza nos conformamos con las pequeñas
felicidades que nos ofrece el mundo. ¿Cómo voy yo a participar de la felicidad
de Dios? Esas son las peores tinieblas en las que podemos vivir las de la
desesperación que nos impide vivir en el gozo de la caridad.
Contra esa desazón la Encarnación. Contra esa
distancia y lejanía de Dios que la
acedia nos hace sentir, Dios se nos hace “con nosotros”, carne de nuestra
carne, uno de los nuestros. Asume nuestra naturaleza humana para que nosotros
podamos asumir la suya. Por eso dice una de las lecturas de esta Fiesta: “ha
aparecido la gracia de Dios que trae la salvación a todos los hombres”. El
camino hacia Dios, el encuentro con él no es el
fruto de un esfuerzo prometeico (Prometeo robó el fuego para dárselo a
los hombres), no tenemos que robarle a Dios su gloria porque él nos la regala.
Jesús abrió con su resurrección la puerta del cielo. Si somos fieles en lo
pequeño, si perseveramos, escucharemos un día de sus labios “servidor fiel pasa
al gozo de tu Señor”. En el pesebre descubrimos que Dios no está contra
nosotros sino a favor nuestro. Sale a nuestro encuentro, al encuentro de todo
hombre y mujer y nos ofrece su amor incondicional. La salvación consiste en
dejarnos encontrar, en dejarnos acoger, en dejarnos querer por Dios. ¿Me dejo
yo querer por Dios? Preguntaba el Papa en su homilía de la Misa del Gallo. Yo
quisiera en esta Navidad como sacerdote, ser como María, ella nos muestra a
Jesús, fruto bendito de su vientre. Ella nos muestra al Dios Padre con entrañas
de Madre. Yo quiero mostraros al elevar la Eucaristía la ternura de Dios.
Dejemos que él nos acaricie esta Navidad y seamos sanados de la tristeza que
nos impide gozar de su salvación. Feliz Navidad y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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