El Evangelio habla de poner en práctica una de las
obras de misericordia: “corregir al que yerra”, pero no se trata de corregir a
cualquiera sino a un hermano. La palabra de este domingo no tiene sentido si no
vivimos la fe en comunidad. Lo que acabamos de escuchar en el Evangelio es una
regla de comunidad muy clara sobre la corrección fraterna. Esto no es el caso
de regañar a un vecino porque tiene la manía de llamar a los dos ascensores a
ver cual de los dos llega antes con el consumo innecesario de energía y la poca
sensibilidad ecológica que con ello demuestra… Esto poco tiene que ver con Dios
y a mí sinceramente no me preocupa si mi vecino vive unido a Dios o no. Que se
me entienda, no me preocupa del mismo modo que un hermano o una hermana de mis
parroquias, o los chicos de la Pastoral Universitaria…
Además del ámbito de la regla tenemos que tener
claro el objetivo de la corrección: ayudar al hermano. No queremos que se sienta
mal, que se vea humillado. No queremos ponernos por encima de él. Siempre
refiero que San Juan XXIII cuando tenía que corregir a un sacerdote siendo
obispo primero se confesaba con él. Así dejaba claro el Obispo que no era mejor
que el sacerdote al que iba a corregir. Cuando tengo que corregir a alguien
trato de hacer ver que a mí también me pasa, que yo caigo en otros pecados, que
yo cometo otros errores… Ese es el objetivo y la fuente de la corrección es el
amor. Nos atrevemos a corregir a los que verdaderamente amamos. Así de claro.
Si no corregimos con la excusa: “se va a enfadar, no va a servir de nada…” es
porque nos falta amor. Esta semana no he sido capaz de aforntar una situación
de corrección y me doy cuenta de que no lo hago porque no quiero lo suficiente
a ese hermano. La Palabra de este domingo me ha ayudado a descubrir esto. En la
primera lectura se nos dice claro que se nos pedirá cuentas de si hemos amado
tanto como para ser capaces de corregir. Como dice San Pablo en la segunda
lectura si amamos de verdad la corrección no hace daño. Lo que sí hace daño es
hablar a las espaldas de los pecados y defectos de unos y de otros. Yo doy
gracias a Dios por los hermanos que me quieren y me corrigen con cariño y me
ayudan a crecer, son los verdaderos hermanos. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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