Se nos escapa la Pascua, este tiempo es como las
flores del campo, hace unas semanas se vestían los paisajes de colores
preciosos y poco a poco las flores se marchitan y dejan paso al fruto, la
semilla de una vida nueva. Así es también nuestra vida. Contemplando a Jesús
ascendiendo, reflexionamos sobre el destino de nuestra vida, sobre el sentido
de la existencia en la tierra. Esta vida es breve como la vida de las flores.
Como ellas estamos llamados a dar fruto, una cosecha fecunda de Vida nueva.
En los textos de las oraciones de esta fiesta se
insiste en lo de los “bienes del cielo”. Que pongamos en ellos el corazón, que
los pregustamos en la Eucaristía. San Pablo pide por los Efesios para que lleguen
a ver con los ojos del corazón ese horizonte de la vida eterna. Son dos maneras
de vivir: caminando hacia ese horizonte, con la mirada puesta en esa meta; sin
horizonte, dando vueltas al laberinto engañándonos pensando que somos libres.
Los creyentes le sacamos el máximo partido a la
vida, pero no de forma egoísta, que va, haciendo felices a los demás, haciendo
que los demás “se sientan en la gloria”. Y para ello que mejor que conozcan a
Jesús y lo amen como nosotros. La mejor forma de amar a alguien es
evangelizarlo, ayudarle a acercarse a Dios. Resuenan este domingo los ecos de
la pasada JMJ en la que con tanto ardor el Papa nos enviaba a ser discípulos
misioneros. No somos verdaderos discípulos si no anunciamos a Jesús. En nuestro
dinamismo misionero se demuestra que nos hemos encontrado verdaderamente con Él. Se va acabando el curso pastoral y podemos
pensar que hasta septiembre ya no toca evangelizar. Ni mucho menos, es en lo
cotidiano donde más podemos ayudar a acoger a Jesús. En los encuentros y
detalles podemos ayudar a comprender esas últimas palabras del Evangelio de San
Mateo que tanto necesita nuestro mundo. No estamos solos, no hemos sido
abandonados. Él está con nosotros siempre. Todavía nos queda Pentecostés. Feliz
fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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