sábado, 26 de mayo de 2012

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS



El Resucitado da el Espíritu Santo sin medida. Jesús dijo conviene que yo me vaya para que venga a vosotros el Consolador.  Desde la Trinidad el Espíritu es derramado sobre todas las criaturas por medio del Padre y del Hijo. Como Dios insufló el aliento de vida en Adán, ahora Jesús recrea con su aliento a los apóstoles.  Todo lo hace nuevo. Es la nueva creación.  Desde la noche del día de Pascua hasta Pentecostés el Espíritu Santo estuvo trabajando en los Apóstoles, ayudándoles a asimilar la cruz, a recordarle todo lo que Jesús les había dicho, llevándoles a la Verdad plena.  Llegan a comprender quien es Jesús, el misterio de su persona.  Descubren los planes de Dios y aceptan que en ese plan ellos tienen una misión fundamental: la de ser instrumentos de la Misericordia de Dios.

Jesús les anunció que recibirían “la fuerza de los alto”. Permanecen unidos en oración. En Pentecostés se derramó el Espíritu Santo para el testimonio. Es Él el que les da la valentía para proclamar que Jesús es Señor, que ha sido constituido por Dios como Señor, es decir que ha sido glorificado a su derecha y goza de su misma dignidad.  Jesús no ha sido devuelto a la vida sino que vive la misma vida de Dios. Que no  se nos ha dado otro nombre en el cielo y en la tierra en el que nos podamos salvar. Confesar esto era arriesgado.  Jesús les había icho “no temáis yo he vencido al mundo”. Nadie puede afirmar esto si no es bajo la acción de Espíritu Santo. La prueba de que el Espíritu habita en una persona es que ésta es capaz de dar testimonio del Señorío de Jesucristo.

¿Somos nosotros testigos de esto? Hemos recibido no un espíritu de temor para recaer en la esclavitud sino un Espíritu de libertad.  La experiencia más grande el Espíritu es la libertad de la gracia frente al pecado. Ayer me decían esto una pareja confesándose, que después de retomar este sacramento se sienten mucho más libres frente al pecado, más fuertes frente al mal.  Están experimentando el Señorío de Jesús en sus vidas. Conforme le entregamos a Jesús nuestra vida, no perdemos libertad como muchos piensan (y esto es lo que perciben los jóvenes sobre todo) sino que ganamos una libertad nueva.  La libertad del amor verdadero. El mundo necesita este testimonio.  Tenemos el Espíritu que nos defiende y nos da  palabras a las que nadie puede hacer frente.  Proclamemos lo maravilloso que es vivir en el Espíritu.

No quiero terminar sin hacer una referencia a María, la Virgen de Pentecostés. Ella como nadie experimentó la acción del Espíritu Santo. Ella sabe muy bien lo que es la libertad de los hijos de Dios. Ella nos reúne en el cenáculo. Ella invoca con nosotros al Espíritu Santo y sostiene nuestra oración.  Madre del Rocío intercede por nosotros para que vivamos un nuevo Pentecostés. Feliz Pentecostés y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí. 


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