
No es lo
mismo mandar que tener autoridad. Los mandos del ejército mandan y se les
obedece porque no queda más remedio. Te puede estar mandando un coronel
corrupto y tienes que obedecerle si no quieres sufrir las consecuencias, porque tiene el poder
coercitivo de hacer que sus órdenes sean cumplidas.
La autoridad es otra cosa. El término en griego que
emplea el evangelio es “Exousía” que se parece mucho a lo que en el Imperio romano
era la “auctoritas” la capacidad moral que
tiene una persona o una institución para emitir una opinión cualificada sobre
una decisión. Si bien dicha decisión no es vinculante legalmente, ni puede ser
impuesta, tiene un valor de índole moral muy fuerte. El mando en el plano del ejército sería en
griego “dynamis”, la fuerza bruta que se impone. En Latín “potestas”. Ostenta
la potestas aquella autoridad, en el sentido moderno de la palabra, que tiene
capacidad legal para hacer cumplir su decisión.
Algunos comentaristas explican que la autoridad
moral de Jesús era fruto de su coherencia, integridad y honestidad, porque hacía
lo que decía. Yo creo que hay algo más. Hay convicción interior, es hablar no
de oídas, de lo que te han contado, sino de tu propia vivencia. Eso se
nota. No es lo mismo hablar de teorías
que de lo que tú crees profundamente, de lo que estás viviendo. Cuando Jesús
hablaba de la misericordia de Dios no hablaba de una teoría sino de su propia
experiencia de ser Hijo amado.
Y todavía hay algo más, la palabra de Jesús hace lo
que dice. Por eso manda al Espíritu
inmundo y éste le obedece. Eso no quiere
decir que sea mágica o automática. Sino que su palabra es “dinámica” tiene la
capacidad de poner en acción el amor de Dios.
Es la Palabra que hizo el universo, la palabra que al pronunciar nuestro
nombre nos llama a la existencia y que transforma el pan y el vino en su Cuerpo
y su Sangre.
Pero la “autoridad moral” también tiene un
componente subjetivo. Hay personas que la tienen, nosotros lo percibimos y
otras personas en cambio no lo ven así. También podemos dejar de reconocerla en
alguien desde el momento que éste nos decepciona. La gran pregunta que se hacían
los habitantes de Cafarnaún era: ¿Quié es éste? Esa es la pregunta que tenemos
que hacernos nosotros hoy: ¿Quién es Jesús para mí? No es una pregunta teórica.
La podemos formular de otra manera: ¿Qué autoridad tiene Jesús, su Palabra en
mi vida? Todos tenemos espíritus
inmundos, aspectos de nuestra vida que se resisten a ser liberados por el
Espíritu Santo. Hoy Jesús quiere pronunciar una palabra liberadora sobre
nosotros. Reconozcamos esa autoridad como lo hizo el demonio que atormentaba a
ese hombre. Podamos a Jesús, como dice un canto de Taize, que nuestras tinieblas no tengan voz. Feliz domingo y bendiciones. Par ver las lecturas pincha aquí.
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