domingo, 29 de enero de 2012

Semana 4 TO Ciclo B Domingo


 
No  es lo mismo mandar que tener autoridad. Los mandos del ejército mandan y se les obedece porque no queda más remedio. Te puede estar mandando un coronel corrupto y tienes que obedecerle si no quieres sufrir las  consecuencias, porque tiene el poder coercitivo de hacer que sus órdenes sean cumplidas.

La autoridad es otra cosa. El término en griego que emplea el evangelio es “Exousía” que se parece mucho a lo que en el Imperio romano era la “auctoritas”  la capacidad moral que tiene una persona o una institución para emitir una opinión cualificada sobre una decisión. Si bien dicha decisión no es vinculante legalmente, ni puede ser impuesta, tiene un valor de índole moral muy fuerte.  El mando en el plano del ejército sería en griego “dynamis”, la fuerza bruta que se impone. En Latín “potestas”. Ostenta la potestas aquella autoridad, en el sentido moderno de la palabra, que tiene capacidad legal para hacer cumplir su decisión.

Algunos comentaristas explican que la autoridad moral de Jesús era fruto de su coherencia, integridad y honestidad, porque hacía lo que decía. Yo creo que hay algo más. Hay convicción interior, es hablar no de oídas, de lo que te han contado, sino de tu propia vivencia. Eso se nota.  No es lo mismo hablar de teorías que de lo que tú crees profundamente, de lo que estás viviendo. Cuando Jesús hablaba de la misericordia de Dios no hablaba de una teoría sino de su propia experiencia de ser Hijo amado.

Y todavía hay algo más, la palabra de Jesús hace lo que dice.  Por eso manda al Espíritu inmundo y éste le obedece.  Eso no quiere decir que sea mágica o automática. Sino que su palabra es “dinámica” tiene la capacidad de poner en acción el amor de Dios.  Es la Palabra que hizo el universo, la palabra que al pronunciar nuestro nombre nos llama a la existencia y que transforma el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre. 

Pero la “autoridad moral” también tiene un componente subjetivo. Hay personas que la tienen, nosotros lo percibimos y otras personas en cambio no lo ven así. También podemos dejar de reconocerla en alguien desde el momento que éste nos decepciona. La gran pregunta que se hacían los habitantes de Cafarnaún era: ¿Quié es éste? Esa es la pregunta que tenemos que hacernos nosotros hoy: ¿Quién es Jesús para mí? No es una pregunta teórica. La podemos formular de otra manera: ¿Qué autoridad tiene Jesús, su Palabra en mi vida?  Todos tenemos espíritus inmundos, aspectos de nuestra vida que se resisten a ser liberados por el Espíritu Santo. Hoy Jesús quiere pronunciar una palabra liberadora sobre nosotros. Reconozcamos esa autoridad como lo hizo el demonio que atormentaba a ese hombre.  Podamos a Jesús, como dice un canto de Taize, que nuestras tinieblas no tengan voz. Feliz domingo y bendiciones. Par ver las lecturas pincha aquí.

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