Este fin de semana estoy especialmente ajetreado
preparando una actividad. Estamos como los novios cuando preparan su boda,
pensando en todos los detalles y en los invitados. Dos son los ecos que la
Palabra suscita en mí este fin de semana. El primero es fijarme en María.
Aparece entre bambalinas para provocar la llegada de la hora del Mesías. Ella intercede
por los novios que no tienen vino. Hoy podemos profundizar en el papel de María
en la vida de la Iglesia, en nuestra vida. Hace días se suscitó un debate sobre
una charla de Rainiero Cantalalamesa en la que decía que los católicos hemos caído
en exageraciones que exasperan a los hermanos protestantes. Y estoy de acuerdo.
Cuando predico “La Virgen no hace
milagros” la gente se pone nerviosa “nos va a quitar la fe”. Si purifico
herejías bendito sea Dios. María no tiene más poder que el de su intercesión,
la que mejor intercede, pero ella no cambia el agua en vino. Por eso no podemos
decir: “La Virgen del Rocío me ha curado a mi hija”. Sí podemos decir: “Dios,
por intercesión de la Virgen, a la que yo invoco bajo la advocación del Rocío,
ha curado a mi hija”. Esto es lo correcto, lo otro es poner a la Madre de Dios
donde no le corresponde. Mañana empieza la semana de oración por la unidad de
los cristianos. Esta es una asignatura pendiente de los católicos para que
podamos caminar hacia la unidad.
Lo segundo es la indiferencia. Hoy se celebra en
toda la Iglesia la Jornada de las Migraciones. Os recomiendo que leáis el
mensaje del Papa para la Jornada de la Paz “Vencer la indiferencia para conquistar
la paz”. En la de esta jornada habla de la interpelación del fenómeno de la
migración. En la que digo toca el tema de la indiferencia. María no es
indiferente ante los problemas de los demás, ante el problema de la falta de
vino de los novios. En su Mensaje el Papa nos ayuda a descubrir al Dios que
nunca es indiferente ante el sufrimiento humano como rezamos en el prefacio de
una de las Plegarias Eucarísticas. Tenemos que cuidar que el exceso de
información sobre problemas nos anestesie y nos vuelva indiferentes. Es como
una enfermedad que se nos inocula sin darnos cuenta y nos hace insensibles. Nos
lleva al pecado de omisión y nos quedamos tan panchos, con nuestra conciencia
tranquila. En este Año de la Misericordia estamos bien atentos a sanarnos de
esta enfermedad para poder ser instrumentos de la Misericordia. Lo pedimos por
medio de la Madre de Misericordia, nunca indiferente, nuestra Madre que nos
cuida. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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