domingo, 19 de abril de 2015

SEMANA TERCERA PASCUA CICLO B DOMINGO

Es muy fuerte la insistencia de San Lucas en la corporalidad del resucitado. Lo de comer me parece exagerado, Jesús no tenía necesidad, ni creo posibilidad de comer nuestro alimento. Es todo un esfuerzo de los primeros cristianos por dejar claro que el cuerpo de Jesús había sido glorificado y que la resurrección era una realidad también de la carne. En aquellos tiempos el cuerpo humano y la materialidad en general no era valorado por muchas corrientes de pensamiento. Nosotros vivimos en cambio en un ambiente materialista donde el cuerpo es supervalorado. Hay muchos problemas con la aceptación del físico: anorexia, bulimia, complejos por las comparaciones y las idealizaciones de modelos estéticos, erotización del cuerpo y el desnudo, la pornografía… todos en mayor o menor medida necesitamos reconciliarnos con nuestra corporalidad, mirarnos a un espejo y vernos como nos ve Dios, pues para él todos somos guapos y preciosos. Los abrazos son muy sanadores y orar unos por otros para sanar las heridas que tienen que ver con el propio cuerpo es muy necesario.


Los segundo que quiero subrayar hoy es el lenguaje jurídico sobre el juicio que aparece en la Palabra. En la primera lectura se dice que se condenó al justo y se pidió el indulto de un asesino. En la segunda dice que Jesús aboga por nosotros ante el Padre. En el Apocalipsis leemos que el que nos acusa es Satanás. Jesús en el juicio dice “es inocente”, pero no sólo es un abogado, podemos verlo también a él como el Juez que una vez dictada sentencia condenatoria, se baja del estrado, y le dice al condenado “yo cumpliré la pena por ti” y rompe el papel donde está escrita la sentencia. Dice San Juan que Jesús es víctima de propiciación por nuestros pecados. Siendo inocente se puso en el lugar que nos corresponde a nosotros los pecadores. Dice Jesús en el Evangelio que estaba escrito que se predicaría la conversión por le perdón de los pecados. Vemos en los hechos de los apóstoles que la gente escuchando a los apóstoles predicar la resurrección “se convertían”. Esa conversión era fruto de acoger la buena noticia de Jesús: “me amó y se entregó por mí”. No nos convertimos por miedo al infierno (ni a un fantasma) ni por una idea y el voluntarismo de ser mejores y hacer un mundo mejor, sino por un hecho histórico que nos afecta, que Jesús murió por mis pecados y resucitando me dio vida eterna.  El Espíritu Santo está transformando muchas vidas no de impidas trabajar en la tuya. El fruto es la paz. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí. 

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