Lancé en una reunión esta pregunta: ¿si tuvieras 24
horas de vida a que las dedicarías? Una persona dijo que se confesaría y otra
respondió que no hacía falta porque luego Dios la perdonaría. Me di cuenta que hemos perdido la perspectiva
del juicio. En el Credo confesamos que vendrá a juzgar a los vivos y a los
muertos. Lo anunció Ezequiel y los judíos esperan también esto. Los primeros
cristianos también tenían clara esta cuestión. Si bien Santiago dice que el
juicio será sin misericordia para el que no practicó la misericordia y que la
misericordia se ríe del juicio (St 2, 13). Siempre recuerdo las palabras de
Benedicto XVI en Spes Salvi (n. 43) sólo en relación con el reconocimiento de
que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto,
llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la
vida nueva. No se podrán sentar en la misma mesa las víctimas y los verdugos.
Le juicio es motivo de esperanza para todos
nosotros, sobre todo para los pobres que sufren las injusticias de este mundo. Y
el juicio también nos ayuda a ser responsables de nuestra vida. Recordemos el
evangelio del sábado pasado. El Rey pone en nuestras manos el mejor talento, el
principal: la vida. ¿Qué hacemos con ella? ¿Damos fruto? No siempre el fruto de
nuestra vida es el que nosotros queremos o el que se esperaba de nosotros:
tener un hijo, trabajar en esto, seguir esta vocación, entregarme a este
proyecto, conseguir aquella meta… a veces sufrimos mucho y pensamos que nuestra
vida es un fracaso. Es una herida profunda que no siempre reconocemos y que nos
hace sufrir muchísimo. Sentimos que nos han destrozado la vida. Esa herida
provoca dos extremos encerrarnos en nosotros mismos e ir de víctimas por la
vida y todo nos parece poso. El otro es un activismo feroz, un darnos
compulsivamente o buscar el modo de satisfacer a Dios con ofrendas de
sufrimientos y padecimientos. Pienso hoy al preparar la homilía en todas esas
personas a las que Jesús como pastor busca para curar.
El purgatorio es el tiempo de salvación en el que
nos tenemos que reconciliar con nuestra propia historia. Es un paso por un
fuego que no destruye sino que purifica; como el fuego que separa la herrumbre
de la plata, eso es, que aquilata. Lo que más nos cuesta es acoger nuestra
historia desde el amor gratuito de Dios. Es un proceso que para muchos empieza
antes de morir. Yo estuve mucho tiempo arrastrando una herida y tuvo que
llamarme por teléfono una persona que no conocía para decirme de parte de Dios
que dejara de torturarme por mi pasado. Yo le contesté que no tenía conciencia
de aquello, pero sí, eso estaba ahí. Es un proceso purificador hasta que
lleguemos a la madurez de San Pablo “por la gracia de Dios soy lo que soy” (1
Cor 15, 10). No tengo que ofrecerle a Dios nada, el acoge mi vida tal y como
es. Por Jesús ha entrado la Vida en el mundo y ha sido aniquilado el poder del
pecado. Yo no puedo someter al pecado, él lo ha sometido. Él es el Rey de
reyes, el salvador a él la Gloria por los siglos de los siglos. Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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