Siempre me ha llamado la atención el texto de la
Primera lectura. Esa amargura del Pueblo liberado que añora la esclavitud de
Egipto. Anoche consumía horas de insomnio releyendo la Evangelii Gaudium y
volvía a percibir el inmenso reto misionero ante el cual se encuentra la
Iglesia en este momento. Y meditando las lecturas hoy me doy cuenta de que a
veces andamos nosotros igual, quejándonos y escondiendo el miedo que tenemos
a los retos del desierto. “No tenemos
pan ni agua…” Nunca he estado en el desierto pero sí he visto pasar una
caravana por las inmensas dunas de los Ánsares
en el Coto de Doñana. Todo se empequeñece de forma sorprendente. Tenemos
mucho miedo a sentirnos pequeños a que la secularización redimensione la
realidad de nuestras comunidades.
¿Cuál es el camino del Verbo? Es el camino de la
kénosis, el Dios de los ejércitos, el que abrió el Mar Rojo ahora hace un éxodo
escandaloso para pasar por uno de tantos y morir en una cruz. ¿Qué Dios
convence más? ¿Qué Dios enamora más? ¿El del Sinaí o el del Calvario? Me doy
cuenta que cuando yo no estoy reconciliado con mi pobre realidad, cuando mis
inseguridades y mis miedos entenebrecen mi corazón termino predicando al Dios
del Sinaí, al que condena. Cuando acojo mi pequeñez y me reconcilio con mi
pecado y mis miserias soy capaz de predicar al del Calvario, al que salva. Esto mismo que me sucede a mí le sucede a la
Iglesia en general y a cada comunidad cristiana.
Decía San Pablo que no se gloriaba de otra cosa que
de Jesús y este crucificado. Al comenzar el curso pastoral no busquemos más
gloria que ésta, que por medio de nuestro pobre ministerio puedan algunos levantar
la mirada al crucificado para descubrir en él al Dios de la misericordia,
amante de lo pequeño, lo cotidiano, al Dios que quiere sanar nuestro corazón de
toda raíz de desconfianza en su amor. Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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