Cuando los predicadores, los maestros, los consejeros, leemos
estas palabras tiembla nuestro corazón, por lo menos esto es lo que me pasa a
mí. ¿Hago todo lo que digo? Por supuesto que no ¿Lo intento al menos? Casi
siempre. Cuando te das cuenta de que has cargado un fardo pesado a alguien, el
mismo fardo que tú no quieres cargar te sientes como un tirano. No hay mayor vanidad que la de la tocar la
conciencia de los demás metiendo el dedo a veces en heridas profundas sin tocar
una fibra de la tuya. Es tiempo de mirarnos a cada uno de nosotros y pedir
perdón. Aceptad que hoy se confiese este predicador-pecador. Feliz día y
bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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