martes, 7 de enero de 2014

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA

Hace quince años recibí el mejor regalo después de la vida que me dieron mis padres. Fui ordenado sacerdote.  Es verdad que a veces el día a día nos ofrece experiencias más intensas que las que se pueden vivir en los aniversarios, pero tengo que confesar que hoy siento algo especial. Miro hacia atrás y veo casi la mitad de mi vida como sacerdote y no veo mejor obra ni proyecto en el que haber gastado el tiempo. Como he dicho en otros aniversarios no me arrepiento ni me he arrepentido nunca de acoger esta llamada. Como me decía un sacerdote de Ávila que ya ha muerto: "no hay mejor camino para ti, no hay proyecto en el que puedas ser más feliz". Y es verdad, cuánto he crecido como sacerdote y siendo sacerdote. El desarrollo personal que me ha reportado, la cantidad de experiencias, las relaciones que he tenido... es un camino de plenitud y de realización plena. Doy gracias a Dios, os invito a dar gracias conmigo.

Un día del Adviento hablaba de los reyes magos y de la conveniencia de no contar cuentos a los niños porque así la Navidad entera termina siendo un cuento. Hoy, después de ver a mis sobrinos levantándose para abrir los regalos no pienso lo mismo. Venía en el coche escuchando un fragmento de "Herrera en la Onda" sobre los reyes magos y se me han saltado las lágrimas con un nudo en la garganta. Ha sido como un fogonazo, el niño pequeño que fui y que todavía está en mí ha aflorado. La Navidad no es la misma con o sin niños en una familia. En Adviento animaba a sacar el niño que llevamos dentro. Esto es muy importante para abrirnos a Dios, para acoger su presencia en nuestras vidas. A veces somos Herodes, y miramos a Dios como una amenaza para nosotros.


Y para terminar en este día de tantos regalos pensemos en primer lugar todo lo que recibimos. de Dios y de los hermanos . Los tesoros que vierten sobre nosotros, las nubes de camellos que nos cubren... Una contemplación profunda de esto nos ayuda a darnos y  hacer de nuestra vida un regalo para los demás. La Eucaristía vivida con intensidad es una terapia continua en este sentido. Caemos en la cuenta lo recibido y salimos convertidos en un regalo. Se ensancha nuestro corazón. Como los magos, venimos con nuestra ofrenda pero nos vamos por otro camino con mucho más de lo que traíamos. Que en este día podamos experimentar todos la gracia de Dios que no tiene fronteras y como proclama San Pablo es para todos sin excepción. Feliz día y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí

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