En Nazaret Jesús tiene el hándicap de ser conocido desde
pequeño. La familiaridad en lo cotidiano impide que lo puedan reconocer ahora
como un enviado de Dios. ¿No es este el hijo de José? En su libro sobre la
infancia de Jesús el Papa hace referencia a que los evangelistas tuvieron que
responder a la pregunta ¿Éste quién es y de dónde viene? Para los nazarenos no
había ningún misterio. La autoridad que le
es reconocida a Jesús en Cafarnaún no se le otorga entre sus paisanos. En el evangelio de San Marcos, lo leíamos
hace unos días, sus propios parientes lo buscaban para llevárselo porque “no
estaba en sus cabales”.
Dos cosas podemos extraer de la Palabra de Dios este
domingo. La primera es sobre la madurez de la fe. San Pablo habla de ello a los
Corintios. Hay un signo de inmadurez en la fe que es creer apoyados en otros a
los que tenemos idealizados. Los años en los que he sido cura de pueblo he
visto como muchos se acercan a los sacramentos y “creen en lo que haces” porque
te ven envuelto en un halo de misterio clerical. Cuando se muestra tu humanidad
más llana se escandalizan y se llevan decepciones. Y hay quien tiene que decir:
“que es un hombre”. Una fe es madura
cuando asume la encarnación con todas
sus consecuencias. El Hijo de Dios pasó por uno de tantos y murió crucificado.
El reino de Dios sigue hoy creciendo a través de personas muy humanas con poco
misterio.
También nos dice hoy el Señor que no tengamos miedo de ser
profetas del amor en un momento tan refractario. En un momento en el que la
corrupción de nuestra sociedad se pone tan de manifiesto nosotros seguimos
creyendo y proclamando que es posible una civilización del amor y no de
cualquier amor. No basta la honestidad y la honradez para construir el reino de
Dios. Nosotros esperamos un mundo nuevo donde las relaciones se basen en la
Caridad. El Señor está con nosotros y no
nos podrán. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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