Cuando leo este evangelio me acuerdo de los que dicen “yo no necesito
ir a misa para ser bueno” y “lo que Dios
quiere es que seamos buenas personas y no tanto ir a misa”. También recuerdo
algunos diálogos de sacerdotes en los que se trataba de precisar si la prioridad
ética sobre el culto en el cristianismo.
Todo esto viene por las últimas palabras del escriba “vale más que todos
los holocaustos y sacrificios…”. Otro desequilibrio se da entre el amor a Dios
y el amor al prójimo.
En todos los sistemas religiosos hay culto y ética. Hay deberes
respecto a Dios y deberes respecto a los semejantes. No en todos los sistemas el
equilibrio es tan perfecto como en el cristianismo. Nosotros creemos en un Dios
encarnado, en Jesucristo Dios y hombre verdadero. La humanidad y la divinidad
no son dos esferas ajenas y separadas sino entrelazadas y recíprocas. En San
Mateo escuchamos “lo que hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis” (Mt
25, 40) y en San Juan leemos “si alguno dice
que ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso” (1Jn 4, 20). Una de lis
signos, de los frutos de una vida cristiana que nos sirven para discernir su
autenticidad es el amor a los hermanos. Si nos encontramos a un hermano que
dice está muy unido a Dios y no lo está a los hermanos se está engañando. Los grandes místicos del cristianismo han
sido grandes filántropos. Han sido
personas volcadas en los demás, sobre todo en los pobres y los necesitados. Y al revés los más entregados a los demás como
la Beata Teresa de Calcuta, que tenía tanto que hacer dedicaba más de una hora
diariamente a la oración ante el sagrario.
De todas formas habría que revisar lo que en nuestra vida se refiere
directamente a Dios. Amar a Dios implica dedicarle tiempo. El tiempo es oro
para muchas personas dedicar en el fin de semana ni una hora a la Eucaristía es
un holocausto difícil de llevar. ¿Cuánto tiempo le dedico a él, a la oración, a
leer la Palabra, a la formación? Podemos caer en activismo, en la dedicación a
los demás, en la urgencia de lo inmediato… y es un círculo vicioso. Nos
autoconvencemos de que es más importante dedicar tiempo a los demás que a Dios.
Que es lo que Él quiere, que a Él no le importa. Y es un engaño, nos vamos
enfriando en la relación con Dios. Nos vamos vaciando. Al final nos quemamos.
La madurez espiritual, de la vida cristiana implica este delicado
equilibrio. En Cáritas de mi parroquia nos hemos propuesto orar con los que
vienen pidiendo ayuda. Claro que Dios está en el despacho de Cáritas, pero no podemos
darlo por supuesto. Lo que hacemos allí lo hacemos porque amamos a Dios. Necesitamos realizar estos signos. Poner a
Dios, la oración en los signos de nuestra “acción social”. Ya hemos puesto la oración en la catequesis y
muchas otras acciones. Es el momento de ponerlo también en Cáritas. Pongámoslo
en otros espacios de nuestra vida. Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas picha aquí.

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