En la Palabra de hoy hay lágrimas y consuelo.
Aunque en el Evangelio no se dice, suponemos que Bartimeo suplicaba con
lágrimas en sus ojos opacos. Seguramente que Bartimeo iría detrás de Jesús
gritando: “la boca se me llena de risas porque el Señor ha cambiado mi suerte
como los torrentes del Negueb antes no podía ver e iba llorando, ahora veo y
vuelvo cantando”. No hay consuelo como el de Jesús y nosotros lo sabemos.
El miércoles entrevistaba a Andrés García en la
Radio y nos contaba que en la R.D. del Congo han muerto desde finales de los
noventa más de cinco millones de personas. Hablaba sin tapujos de la injusticia
que los países ricos cometen con los empobrecidos del sur. Ante un sistema tan
poderoso y tan intrínsecamente perverso puede uno llegar a pensar “yo no puedo
hacer nada”. El es testigo de cómo cuando se pone amor y se trata a todos con
la dignidad que tienen hay salida. Ayudar
a recuperar la conciencia de dignidad es un reto inmenso pero apasionante.
Me decía Andrés que comparado con la campaña electoral de USA sale muy poco África en los
periódicos. Es como los que le decían
a Bartimeo que se callara, que no molestara. Jesús nos dice a nosotros como decía
a aquellos que lo seguían «LLAMADLO».
Quiere que busquemos a los que están postrados, al borde del camino, arrinconados,
y les mostremos que ellos, las personas, son lo primero. Saberse amado incondicionalmente
es la mejor medicina. El que se sabe amado
recupera la fe en sí mismo y puede emprender caminos. El Señor no
abandona a su Pueblo, a este resto de ciegos, cojos y paridas, lo reúne y lo
lleva a torrentes de agua por caminos seguros. Porque es su Padre, es nuestro
Padre.Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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