Durante siglos ha habido cristianos que a la
pregunta ¿Quién es este? Han respondido que el hijo del carpintero. Diferentes herejías que en definitiva son el
fruto de no saber digerir la encarnación. ¿Cómo va a encarnarse Dios? ¿Cómo va
a vivir Dios nuestra misma vida? ¿Cómo va a existir en nuestra debilidad? ¿Cómo
va a experimentar la misma muerte? Repugna a la razón este Dios, es más
razonable un Dios sobre las nubes, inalcanzable, inaccesible.
Jesús vivió esa experiencia de que lo que ofrecía,
que era lo máximo que la humanidad puede llegar a aspirar, no era aceptado, simplemente
porque el mensajero, el profeta era demasiado cotidiano, demasiado sencillo. “¿De
Nazaret puede salir algo bueno?... este sabemos de dónde viene… ¿con qué
autoridad haces todo esto?” Constantemente estaba puesta en entredicho su
autoridad, es decir, su misma identidad. Para los judíos era como si un
analfabeto tratara de dar clase en la universidad.
Como Pablo al principio, la Iglesia ha vivido
siempre la paradoja de ser fuerte como obra de Dios y sin embargo muy débil
como obra de los hombres. Nuestro medios por mucho que empleemos, son siempre
ridículos comparados con el tesoro que llevamos. Somos de barro. Y cuando la
Iglesia ha tratado de ser de otro material ha traicionado su identidad. Lo
mismo que Jesús fue minusvalorado, hemos de pasar nosotros por ello. Y así se ve que no actuamos en el poder y la
fuerza de este mundo sino en el del Espíritu de Dios. Es buen momento en pleno
verano para revisar los medios que empleamos en la evangelización y nuestro
modo de presentarnos ante el mundo.
Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

No hay comentarios:
Publicar un comentario