Esta semana escuchaba a unos universitarios en un
programa de radio hablando de la religión. Hacían una crítica fácil y decían
que los creyentes nos hemos inventado a Dios porque no soportamos la realidad
de la muerte. Somos mentes débiles que para evadirnos de la evidencia de la
muerte hemos inventado la vida eterna. Esta semana he te celebrado tres
entierros y mirando a los rostros escépticos de los que tenía delante
predicaba: esto no son cuentos.
Desde los orígenes más remotos de la humanidad
sabemos que el ser humano no se ha resignado ante la muerte. ¿Esta actitud es
sólo fruto del miedo? ¿No será más bien la respuesta a la pregunta más
fundamental: quien soy yo? ¿Somos un ser para la muerte? La palabra de Dios hoy
nos vuelve a decir que no, que no estamos hechos para la muerte sino para la
vida.
Los creyentes somos de esa estirpe de hombres y
mujeres para nada mentes débiles sino muy libres, libres sobre todo ante la
muerte. Ayer celebrábamos a Pedro y Pablo que confesaron siempre su fe con
libertad aunque esto les costara perder la vida. Esta libertad siempre ha cuestionado a los
instalados en la finitud, les resulta insultante y nos tachan de fanáticos.
Y pertenecemos a esa estirpe de hombres y mujeres
que por creer en la vida eterna, se esfuerzan por hacer del mundo el cielo. Y
se dedican a levantar a muchos postrados para nivelarlos. No hablamos del cielo
para adormecer a los pobres con el consuelo de la recompensa eterna.
En los entierros ando buscando, como Jesús, a esos
que quieren tacar la orla de su manto. A tantos que no lo conocen, no tienen
una fe formada pero intuyen que Él es la fuente de la vida. Procuremos actuar como Jesús que tiene una
palabra y una actitud diferente para la hemorroisa, para la familia de Jairo y
para la multitud. Para cada uno tiene
una respuesta amoldada a su fe. Pero a
todos anuncia la buena noticia de la VIDA. Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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