Este fin de semana me encuentro muy místico. Me he
fijado sobre todo en el Salmo: « haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu
rostro». Pienso en cómo sería el rostro de Jesús Resucitado. Pedro, Santiago y Juan se acordaría den Tabor.
Jesús no es un fantasma, no es un espectro, tiene cuerpo, el mismo que se formó
en el vientre de María, el mismo colgó de la cruz, es el mismo pero ha sido
transformado. No es simplemente el rostro de un hombre maravilloso sino que
resplandece con una luz especial, en él se refleja la gloria de Dios.
Es la misma diferencia entre una escultura y una
imagen de un Cristo. Una escultura puede ser magnífica como obra de arte, pero
si no tiene ese pellizco de lo sagrado, la unción espiritual, atrae por su
propia belleza pero no remite a Dios.
Las imágenes de Cristo (y no todas desgraciadamente llegan a esto) no
son concebidas simplemente para ser admiradas artísticamente sino para
comunicar, para reflejar a Dios.
Cuando miro a los niños, veo en sus rostros la luz
de Dios, en los adultos esa luz termina por apagarse en muchas ocasiones. Hay
personas que sí conservan esa luz, sus rostros resplandecen porque miran a Dios
cara a cara y como Moisés reflejan en su rostro la Gloria. Pienso que es difícil pero a veces nos
esforzamos en velar esa luz y no la mostramos. En este Domingo de Pascua
miremos a Jesús en la celebración de la Eucaristía. Pensando que cuando muramos
veremos en el rostro de nuestro Abogado reflejada la gloria de Dios. Y dejemos
que nuestros rostros se impregnen de esa Paz. Mostremos a los demás la belleza
del resucitado. Feliz domingo y
bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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