La semana pasada el espíritu nos empujaba al
desierto, esta semana se trata de subir a la montaña. En muchas religiones los
santuarios están en lo alto de los montes. Para encontrarse con Dios hay que
elevarse por encima de lo cotidiano y subir a otro nivel. Salir de lo inmanente
para tener experiencia de lo trascendente. Ejemplos de santuarios en el monte
son Montserrat, La Peña de Francia en Salamanca, Covadonga, Lluc en Mallorca o
la Virgen de la Cabeza. Son lugares de peregrinación, lugares de encuentro con
Dios, donde el creyente se relaciona con Dios.
Para subir hay que dejar, abandonar, hay que estar
dispuesto a perder. Abrahán subía al monte dispuesto a perder a su hijo
querido. Para él era más importante no
perder su relación con Dios que guardarse lo más precioso y valorado. La
relación con Dios es más importante. “Amarás
a Dios sobre todas las cosas”. Es cierto que la prueba de Abrahán raya en lo
absurdo, pero es ejemplo para judíos, musulmanes y cristianos de lo que
significa ser verdadero creyente. Esto
que voy a afirmar hoy es tachado de fanatismo por el pensamiento dominante
relativista pero así es: “La fe en Dios hace que todo lo demás sea relativo”.
En este segundo domingo de Cuaresma tenemos que preguntarnos: ¿Dónde está Dios
en mi vida? ¿Qué pierdo, qué me juego por él? Hace unos días una miaga que
trabaja en un centro de menores donde llevaban a una menor a abortar me decía: “cuando
me toque a mí firmar no lo haré aunque me juegue el puesto”.
Jesús subió al monte con los tres más íntimos para revelar
una nueva religión – relación con Dios. Hasta entonces eran Moisés y los
profetas los mediadores entre Dios y su Pueblo. Ahora el mediador va a ser Jesús
de Nazaret, a él hay que escuchar porque es el Hijo amado de Dios. En él brilla la plenitud de la divinidad, en
su rostro se refleja la Gloria del Padre que no es majestad, no es gloria
humana, sino su infinita misericordia. El mismo Jesús ante el cual el viernes santo
se volverá el rostro al contemplar algo inenarrable. Entonces Jesús subirá al monte para
reconciliarnos con Dios.
Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
a la muerte por nosotros. Dios sí que perdió a su Hijo por nosotros, lo
arriesgó todo.. Para él ninguno somos “algo” relativo ¿Cuánto valemos nosotros
para Dios que ha hecho esto por nosotros? Somos hijos amados suyos. Estas
consideraciones deben movernos en este domingo a experimentar una profunda
compunción por no amar a Dios sobre todas las cosas y a, como dice el salmo,
ofrecerle un sacrificio de alabanza, es decir la Eucaristía en la que nos
unimos al sacrificio del Cordero sin mancha ni defecto que con su sangre nos ha
hecho hijos amados de Dios. Feliz fin de
semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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