
Los signos que hacía Felipe provocaban que su predicación fuera escuchada con aprobación en Samaría. El domingo pasado nos decía Jesús que haríamos las mismas obras que él y aún mayores. Como Jesús, Felipe curaba a los enfermos y liberaba a los oprimidos por el diablo. Sin signos la predicación no da fruto. Son meras palabras, discursos, ideas bonitas. Jesús decía “si no me creed a mí creed las obras”.
Los signos son fruto del Espíritu Santo, de este defensor que prometió Jesús, que vive con nosotros y están con nosotros. Yo me planteo si de verdad creemos en al poder del Espíritu Santo. En lo que somos capaces de hacer por medio de él. Me planteo si de verdad los conocemos o estamos como el mundo incapacitados para recibirlo y dejarlo actuar en nosotros.
En el tiempo presente la mejor razón que podemos dar de nuestra esperanza son las obras, el diálogo con los intransigentes y los ciegos que nos calumnian es imposible en bastantes ocasiones. Sólo podemos con mansedumbre ofrecerles un testimonio de vida resucitada. Que por nuestra forma de vivir puedan llegar a ver que amamos verdaderamente a Jesús y estamos dispuestos a arriesgarlo todo por él, incluso a padecer por seguirlo a él, convencidos de que los que poseemos el espíritu somos devueltos a la vida. Este es el signo que podemos ofrecer a esta generación.
Y sobre todo que nos vean alegres, la alegría del Espíritu, esa alegría inocente y sincera de los niños que no dudan del amor de sus padres. Esa alegría que algunos enfermos poseen y que es escandalosa. Alegrémonos en el Señor. Feliz domingo y bendiciones.
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