domingo, 5 de abril de 2015

DOMINGO DE RESURECCIÓN

Quiero compartir con vosotros lo que he estado predicando estos días. No lo he preparado como acostumbro escribiendo, y no me ha venido mal porque estoy un poco enganchado a escribir y no dejo fluir la profecía en mis labios. El Jueves Santo me fijaba en lo que dice Jesús en el lavatorio: “uno que se ha bañado no necesita lavar mas que los pies”. Ese baño me recordaba el bautismo y el polvo de los pies no es tanto el pecado como las heridas que vamos sufriendo a lo largo de la vida. Recuerdo el día de cuaresma que Jesús nos preguntaba ¿quieres quedar sano? A veces nos resistimos, como Pedro a ser curados y preferimos viviendo de la renta de la lástima de nosotros mismos.
El Viernes Santo me fijaba en el momento del “Ecce Homo” cuando salió a fuera Jesús todo llagado con la clámide y la corona de espinas. Recordaba una experiencia personal con este texto sacando heridas de mi infancia. Para sanar hay que sacar a fuera las heridas y esto nos cuesta mucho. No nos gusta aparecer ante los demás heridos. Sólo cuando las sacamos, las compartimos, descubrimos las consecuencias que las heridas tienen en nosotros. Es como si se encendiera una luz y vemos nuestra vida de un modo muy diferente. Descubres, además, que no eres culpable de esas consecuencias y esto, es muy liberador. Es verdad que no todas las heridas pueden ser sacadas a fuera rápidamente. En ocasiones se requiere mucho tiempo como en el caso de las heridas de los abusos sufridos por menores.

Hoy domingo me he parado  a contemplar las llagas del resucitado. Jesús lleva en su carne gloriosa las señales de la pasión, no las oculta. Esas llagas ya no duelen, están transfiguradas y son fuente de vida. Hace unas semanas, conocí a jóvenes que habían sanado heridas de su vida y recuerdo que fue para mí como meter los dedos en las llagas del resucitado. Fueron  para mí (Tomás) un ver para creer que se pueden sanar heridas muy muy graves que provocan un gran sufrimiento. Porque esto es otra cosa que llevo un tiempo descubriendo: Dios no necesita que le ofrezcamos nuestras heridas, él quiere que seamos felices, que podamos amar y ser amados. Él quiere sanarnos. La salvación del Misterio Pascual no es solo en el plano moral del pecado, también somos redimidos de todas las consecuencias del pecado estructural en que vivimos. Os deseo a todos una Pascua muy liberadora y sanadora.  

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