Celebramos el Adviento entre dos venidas de Jesús,
la que rememoramos en Navidad, la de Belén. Entre ambas Él no deja de venir,
viene el Espíritu Santo en la actividad oficial de la Iglesia, en los
sacramentos y como el viento que va a donde quiere viene y actúa en la vida de
muchos creyentes e incluso en la de los no creyentes sin que ellos sepan que
esto sucede. Juan nos dice que el Mesías bautiza con Espíritu Santo. Esta
semana trataba del Espíritu Santo con jóvenes y reconocían que no sabían mucho
de Él. Durante el Adviento el Espíritu actúa de una manera especial preparando
el camino del Señor. Se hace presente en el desierto de nuestras vidas como el
consolador. El consuelo de Dios no es una palabra, un mensaje, es la misma
presencia de Dios. Él está siempre “con” nosotros “solos”.
¿Cómo prepara el camino el Espíritu? Abajando colinas
y levantando valles. Mediante el camino de la humildad. A muchos humillados los
levanta y a los soberbios los derriba de sus tronos. ¿Nos suena? Es el cántico
de María. En el Evangelio de hoy vemos muy bien reflejado el camino de la
humildad con sus tres grados. El primero es el de reconocer con humildad los
propios pecados (como los que se bautizaban en el Jordán), el segundo el de no
creernos más que los demás (no soy digno de desatarle la correa de las
sandalias) y la perfecta humildad es la del Hijo de Dios que siendo Dios se
hizo hombre, es la humildad del que se hace más pequeño voluntariamente. La conversión
del Adviento va por aquí. Por hacernos
más pequeños para recibir al Mesías entre los pequeños. ¿en qué grado de
humildad estoy yo? ¿Estoy dispuesto a ser bautizado con el Espíritu Santo
consolador? Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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