Hemos ido recorriendo el Adviento y colocando en la
corona carteles que nos han recordado las claves de cada semana: vigilad, preparad, alegraos y esta semana toca la
esperanza. La palabra de Dios hoy sigue el esquema PROMESA – CUMPLIMIENTO. Dios
prometió a David una dinastía eterna y en las palabras de Gabriel se anuncia el
cumplimiento de esa promesa. Pero el Arcángel anuncia cosas más grandes e
increíbles: la maternidad virginal de un Rey eterno. María se sentía desbordada por estos planes de
Dios. Superaban sus capacidades de un
modo que ella no se hubiera imaginado. Lo que tantas veces había escuchado en
la sinagoga recordando las hazañas del pasado ahora se lo tenía que aplicar a
ella misma: “para Dios no hay nada imposible”.
Tener esperanza no es lo mismo que ser optimista. El
optimismo es un sucedáneo de la esperanza; la verdadera esperanza sorprende,
rebasa las posibilidades y perspectivas inmediatas: es la promesa de un don por
encima de nuestras capacidades. La
Esperanza actúa en el tiempo que transcurre entre la promesa y el cumplimiento.
Se vive en la espera paciente del don
anunciado. La falta de esperanza se nota no sólo en si creemos o no en los milagros. En la vida
cotidiana se percibe cuando nos dejamos llevar por el realismo, que no es tal
sino pragmatismo y cuando no nos complicamos la vida buscando siempre lo razonable
que enmascara la mediocridad.
¿Cómo avivamos la esperanza? Profundizando en la fidelidad del Señor. Hemos
rezado con uno de los salmos que cantan la misericordia inconmovible de
Dios. Hay voces exteriores e interiores
que nos gritan o nos susurran que no merece la pena esperar en Dios porque nos
ha abandonado en medio del desierto. En los
días que quedan para el nacimiento del Señor miremos mucho a María y escuchemos
cómo canta ella que Dios recuerda siembre su alianza. Lo canta en casa de
Isabel, camino de Belén y cuando pide posada y no la encuentra. Y roguémosle que mantenga el ritmo de nuestra
espera. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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