domingo, 5 de octubre de 2014

SEMANA VIGÉSIMO SÉPTIMA TO CICLO A DOMINGO

Terminamos este ciclo de domingos de parábolas sobre la Viña. Hace dos domingos el dueño contrataba jornaleros a los largo del día y pagaba lo mismo a los últimos que a los primeros. El domingo pasado el padre enviaba a sus hijos a la viña y los publicanos y las prostitutas llevaban la delantera en el reino a los hijos que diciendo sí luego no van. Esta semana es la parábola de los viñadores homicidas. La primera lectura de Isaías fue un anuncio del destierro de Babilonia y nos sirve para profundizar en la relación de Dios con su pueblo según esta imagen de la Viña. Para los que hemos plantado algún tipo de cultivo y lo hemos cuidado esperando sus frutos sabemos bien lo que quiere decir. Ese árbol tiene una existencia unida a la nuestra, lo plantamos, lo cuidamos con amor y él nos da sus frutos. Podemos hacernos una idea de la decepción de Dios con su Viña de Israel que rompe la relación con el que es su origen, su padre, su dueño porque se apropia de los frutos de la vida y rechaza al que es la piedra angular.

Hay algo muy básico en nuestra existencia que es el reconocer que mi vida no es mía. La vida me ha sido entregada por mis padres y en último término por Dios. No soy dueño sino administrador, arrendatario. Cuando vivimos así nos damos cuenta de que nuestra vida es para entregarla, para dar frutos y que un día tendremos que rendir cuentas de nuestra gestión, tendremos que responder ante el Dueño de la Viña. También podemos ver esto en clave eclesial. La Iglesia no es nuestra, mi Parroquia, mi comunidad, mi grupo no son míos. Yo soy sólo un administrador.


Y profundizando más en la Palabra de hoy descubrimos los planes de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo”. El dueño de la Viña arriesga la vida de su propio Hijo para recuperar la relación rota con la humanidad. Y después de que el heredero muera el Padre no reacciona como dicen los destinatarios de la parábola, no los hace morir de mala muerte sino que ofrece la Vida nueva a la humanidad.  Como dice San Pablo, la Paz de Dios sobrepasa todo juicio. Esta Paz de Dios que el mundo no entiende y que se pone en contra de sí mismo por nosotros.  Esto es lo que celebramos cada domingo en la Eucaristía. Fuera de Jerusalén fue crucificado el Hijo que vuelve vivo y glorioso cubierto con su sangre como el que pisa las uvas. Y no vuelve con el furor sino con la paz. Solo el que entrega la vida la puede recuperar. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí. 

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