Terminamos este ciclo de domingos de parábolas
sobre la Viña. Hace dos domingos el dueño contrataba jornaleros a los largo del
día y pagaba lo mismo a los últimos que a los primeros. El domingo pasado el
padre enviaba a sus hijos a la viña y los publicanos y las prostitutas llevaban
la delantera en el reino a los hijos que diciendo sí luego no van. Esta semana
es la parábola de los viñadores homicidas. La primera lectura de Isaías fue un
anuncio del destierro de Babilonia y nos sirve para profundizar en la relación de
Dios con su pueblo según esta imagen de la Viña. Para los que hemos plantado
algún tipo de cultivo y lo hemos cuidado esperando sus frutos sabemos bien lo
que quiere decir. Ese árbol tiene una existencia unida a la nuestra, lo
plantamos, lo cuidamos con amor y él nos da sus frutos. Podemos hacernos una idea
de la decepción de Dios con su Viña de Israel que rompe la relación con el que
es su origen, su padre, su dueño porque se apropia de los frutos de la vida y
rechaza al que es la piedra angular.
Hay algo muy básico en nuestra existencia que es el
reconocer que mi vida no es mía. La vida me ha sido entregada por mis padres y
en último término por Dios. No soy dueño sino administrador, arrendatario.
Cuando vivimos así nos damos cuenta de que nuestra vida es para entregarla,
para dar frutos y que un día tendremos que rendir cuentas de nuestra gestión,
tendremos que responder ante el Dueño de la Viña. También podemos ver esto en
clave eclesial. La Iglesia no es nuestra, mi Parroquia, mi comunidad, mi grupo
no son míos. Yo soy sólo un administrador.
Y profundizando más en la Palabra de hoy
descubrimos los planes de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio
Hijo”. El dueño de la Viña arriesga la vida de su propio Hijo para recuperar la
relación rota con la humanidad. Y después de que el heredero muera el Padre no
reacciona como dicen los destinatarios de la parábola, no los hace morir de
mala muerte sino que ofrece la Vida nueva a la humanidad. Como dice San Pablo, la Paz de Dios sobrepasa
todo juicio. Esta Paz de Dios que el mundo no entiende y que se pone en contra
de sí mismo por nosotros. Esto es lo que
celebramos cada domingo en la Eucaristía. Fuera de Jerusalén fue crucificado el
Hijo que vuelve vivo y glorioso cubierto con su sangre como el que pisa las
uvas. Y no vuelve con el furor sino con la paz. Solo el que entrega la vida la
puede recuperar. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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