Jesús plantea a sus contemporáneos que son como el
hijo que dice sí de boquilla pero luego no va. No habían reaccionado ante el
anuncio del Reino. No habían acogido la buena noticia y habían preferido seguir
con su misma vida. En cambio, algunos pecadores marginados de aquel tiempo habían
recapacitado y después de estar diciendo no a Dios dieron un giro a su vida.
No sé si habéis escuchado testimonios del tipo “yo era un desecho de la sociedad y al conocer a
Jesús mi vida cambió”. Hay hermanos nuestros que han experimentado esto, una
conversión radical que ha significado un cambio de rumbo en sus vidas. Pero
otros no hemos vivido esta experiencia. Desde pequeños estamos alrededor de
Jesús y nos da la impresión de que no hemos vivido esa coyuntura. O quizá sí.
Dos ideas concretas quiero exponer. Esa no
experiencia de conversión radical nos lleva a un cierto pesimismo. El domingo
pasado alguien me decía que siempre estamos con los mismos pecados, que no
avanzamos nada. ¿De verdad que es así? Estamos en un proceso de conversión
continuo en el que tenemos rechas mejores y rachas peores. Esa percepción
negativa no es real, el enemigo le interesa que estemos desanimados. Un acompañante
puede ayudarnos a ver la realidad de forma más objetiva.
Los segundo es tener cuidado con el conformismo. El
no haber vivido nosotros esta experiencia nos puede llevar a pensar que no es
real, que no puede suceder en los demás. En los pueblos se dice que el que nace
lechón muere marrano. El encuentro con Jesús tiene un poder transformador que
no podemos imaginar. Por eso no tengamos reparos en acercarnos a los que nos
parecen más perdidos, a esos busca Jesús sobre todo. Este Jesús que es el Hijo que dijo sí y fue
sí. Su vida y su existencia de abajamiento son un sí al Padre y un sí a todos
los que están más abajo, más lejos de Dios.
Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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