domingo, 27 de abril de 2014

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Estoy escribiendo la homilía con la televisión encendida viendo la Eucaristía de la Plaza de San Pedro de las canonizaciones. Es una gran celebración en la que se muestra la Iglesia universal. Como en al Evangelio a los ocho días de la Pascua estaban los apóstoles reunidos, todos menos uno. Yo falto allí como faltaba aquel día Santo Tomás. Pero este domingo la Iglesia no está encerrada por miedo sino que está en la calle, en aquella plaza que abre sus brazos al mundo. En este momento se invoca al Espíritu Santo. Jesús vuelve a exhalar su aliento sobre la Iglesia y lo derrama abundantemente.

Entre aquella asamblea y la primera comunidad que describe el texto de los hechos de los apóstoles y esta de Roma y la de cualquier asamblea parroquial hay diferencias claro que sí. La principal es que ellos tuvieron una experiencia de Jesús resucitado irrepetible. Ellos vieron y creyeron, nosotros creemos sin ver. Pero la esencia permanece, lo esencial es nuestra fe en Jesucristo, esa fe que vale más que el oro, la misma fe que confesó Santo Tomás, Jesús es nuestro Dios y nuestro Señor. Y lo amamos y el gozo que experimentamos al acoger en nuestra vida a Jesús, ese gozo inefable, es el mismo que experimentaban los apóstoles al escuchar "paz a vosotros".


Hoy es un día para sentirnos felices y orgullosos de pertenecer a la comunidad del resucitado. A la Iglesia congregada de todos los continentes. Al pueblo de Dios al que nada de los sucede al ser humano es ajeno, a la Iglesia que quiere construir la civilización del amor. La Iglesia que sigue presentando las llagas del resucitado al mundo, llagas por las que mana un río de Misericordia. La Iglesia que sigue padeciendo pruebas diversas que hacen que su fe se aquilate. confesemos hoy de nuevo nuestra fe en el resucitado que custodiaron San Juan Pablo II y San Juan XXIII para tener vida en nosotros, Vida eterna. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí. 

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