«Dichosos los que crean sin haber visto» dice Jesús
en el Evangelio. En este domingo segundo de Pascua, Octava de Pascua, Domingo
de la Misericordia, revisamos cómo es nuestra fe en Jesús resucitado. No se
trata de creer en un artículo del credo, en un número del catecismo como nos
creemos que el hombre ha llegado a la luna porque lo dicen los libros de
historia. La resurrección no es un simple hecho histórico que no afecta a mi
vida.
En la primera lectura vemos cómo los primeros
cristianos estaban muy afectados. Aquel acontecimiento cambió su forma de vivir:
«lo poseían todo en común». No llamaban
suyo a nada de lo que poseían. En el Antiguo Testamento Israel había escrito
que la tierra era de Dios y ellos la tenían en depósito. Por eso cada cierto
tiempo debían repartirla de nuevo. No sé si esto se cumplía o no, pero detrás de esto hay una confesión
de fe: Dios es Señor del mundo y nosotros no podemos vivir como señores, con
posesiones. Y ni mucho menos esclavizar a los hermanos, hacernos unos señores
de otros. Si Jesús ha resucitado y es el Señor, los primeros creyentes comprendieron
que no podían ser señores de nada ni de nadie.
En la segunda lectura dice San Juan ¿Quién es el
que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? El que cree
que Jesús es el Señor, si yo creo que Jesús es «mi Señor» me libero de afán de
dominio y posesión. Venzo al mundo, venzo a mi instinto de supervivencia egoísta
que me lleva a acumular, a poseer, a ser señor. «Lo que ha conseguido la
victoria sobre el mundo es nuestra fe». Ya vemos a donde nos lleva nuestro
sistema económico basado en el lucro, en la especulación, en el afán de ganar y
enriquecerse como sea. En la historia del cristianismo no faltan ejemplos de
vida que viven esta libertad y son signos provocadores del Señorío de Cristo. Caigamos
como Tomás de rodillas ante Jesús y proclamemos que Él es Dios y Señor y
rindamos todo ante él.
Dice San Juan que Jesús vino con agua y con sangre.
Faustina Kolvalska vio a Jesús y manando de su corazón dos rayos que recuerdan
al agua y la sangre que manó de su costado abierto en la cruz. Del corazón de
Jesús no deja de manar su infinita misericordia, su eterna misericordia. El
sigue liberando y haciendo hombres y mujeres nuevos que nacen de Dios. Porque
no deja de derramar el Espíritu Santo sobre nosotros. Confesemos hoy nuestra fe
en el resucitado de forma que quedemos profundamente afectados. Feliz fin de
semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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