sábado, 14 de abril de 2012

SEMANA SEGUNDA PASCUA DOMINGO CICLO B


«Dichosos los que crean sin haber visto» dice Jesús en el Evangelio. En este domingo segundo de Pascua, Octava de Pascua, Domingo de la Misericordia, revisamos cómo es nuestra fe en Jesús resucitado. No se trata de creer en un artículo del credo, en un número del catecismo como nos creemos que el hombre ha llegado a la luna porque lo dicen los libros de historia. La resurrección no es un simple hecho histórico que no afecta a mi vida.

En la primera lectura vemos cómo los primeros cristianos estaban muy afectados. Aquel acontecimiento cambió su forma de vivir: «lo poseían todo en común».  No llamaban suyo a nada de lo que poseían. En el Antiguo Testamento Israel había escrito que la tierra era de Dios y ellos la tenían en depósito. Por eso cada cierto tiempo debían repartirla de nuevo. No sé si esto se cumplía  o no, pero detrás de esto hay una confesión de fe: Dios es Señor del mundo y nosotros no podemos vivir como señores, con posesiones. Y ni mucho menos esclavizar a los hermanos, hacernos unos señores de otros. Si Jesús ha resucitado y es el Señor, los primeros creyentes comprendieron que no podían ser señores de nada ni de nadie.

En la segunda lectura dice San Juan ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? El que cree que Jesús es el Señor, si yo creo que Jesús es «mi Señor» me libero de afán de dominio y posesión. Venzo al mundo, venzo a mi instinto de supervivencia egoísta que me lleva a acumular, a poseer, a ser señor. «Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe». Ya vemos a donde nos lleva nuestro sistema económico basado en el lucro, en la especulación, en el afán de ganar y enriquecerse como sea. En la historia del cristianismo no faltan ejemplos de vida que viven esta libertad y son signos provocadores del Señorío de Cristo. Caigamos como Tomás de rodillas ante Jesús y proclamemos que Él es Dios y Señor y rindamos todo ante él.

Dice San Juan que Jesús vino con agua y con sangre. Faustina Kolvalska vio a Jesús y manando de su corazón dos rayos que recuerdan al agua y la sangre que manó de su costado abierto en la cruz. Del corazón de Jesús no deja de manar su infinita misericordia, su eterna misericordia. El sigue liberando y haciendo hombres y mujeres nuevos que nacen de Dios. Porque no deja de derramar el Espíritu Santo sobre nosotros. Confesemos hoy nuestra fe en el resucitado de forma que quedemos profundamente afectados. Feliz fin de semana y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí. 

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