Desde hace días no paro de ver personas felices. Una es una universitaria que ha salido elegida delegada de su clase. Y es feliz aunque los compañeros le digan “monja fiestera” porque va a misa y sale de cañas. Otra es una monja de clausura de 24 años que no comprende cómo la gente de la calle se lamenta por ella cuando lo único que está haciendo es buscar su felicidad. Hace días también hablaba con otra estudiante ciega que ha pasado un verano duro porque le han diagnosticado una enfermedad crónica que afecta a la musculatura, y yo no la vi amargada aunque el resto de su vida tenga que tomarse una pastilla cada 6 horas, la vi feliz.
¿Qué es la dicha, la felicidad? La meta hacia la que corremos. Muchos se conforman con dichas pequeñas, caducas y pasajeras. Nosotros no. No nos conformamos con eso sino que aspiramos a una dicha sin término. Hoy contemplamos esa meta llena a rebosar de los que nos han precedido.
Tenemos la esperanza de llegar a esa meta y por eso nos purificamos como dice San Pablo en la segunda lectura. Nos privamos como los buenos deportistas de todo aquello que nos impida correr bien. O mejor, a mí no me gusta la espiritualidad del no, no nos privamos de vivir verdaderamente como hijos de Dios. Así como el buen deportista requiere, buena alimentación, descanso, masajes, higiene… nosotros requerimos dieta de justicia, duchas de lágrimas, la dosis justa de sufrimiento, un pulsómetro que mida la limpieza de corazón, estiramientos de misericordia y series de paz, y un poco de persecución e insultos que son lo mejor para correr bien.
Tenemos el mejor entrenador, el hombre más feliz del mundo y de la historia. Que además nos alimenta con el pan de los ángeles. Aunque algunos no soportan vernos felices, como pasaba en Madrid en la JMJ, que se nos note que somos los más dichosos. Feliz día de todos los Santos y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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