
Esperanza. ¿Arde en nosotros la esperanza? Al empezar el Adviento nos ponemos el termómetro y vemos como andamos. Miremos al horizonte de nuestra vida. ¿Qué vemos? Miremos nuestros hijos, a los jóvenes que acompañamos, a los amigos, a nuestras comunidades, a nuestro país. ¿Sabéis lo que apaga la esperanza? El pecado. El pecado nos engaña con falsas esperanzas. Como si el vivir como hechura de nuestras propias manos fuera garantía de más felicidad. Dice Isaías “nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti”. Somos hojas de un árbol que sueñan con volar agitadas por el viento pero esa es nuestra muerte.
Es tiempo de volver a reconocer quien es nuestro Padre y nuestro alfarero. Y de gritar desde el fondo del alma “ojalá rasgases el cielo y bajases, ven a visitar tu viña”. Dejemos que el deseo de Dios se exprese en canto, oración, servicio, gestos. Somos los centinelas del mañana como nos decía Juan Pablo II. Nos toca estar en vela y vigilad por el rebaño como los pastores. Esa es la tarea que nos ha encomendado el dueño de la casa. Somos porteros que están atentos a los signos de los tiempos para que la esperanza no se apague.
Y no careceos de ningún don. Hemos sido enriquecidos con palabras para ser profetas y con conocimiento para ser guías. Dios nos ha escogido para dar un testimonio sólido, nos hace estar firmes para no dejar de proclamar con hechos y palabras que ¡Dios es fiel! Al empezar este Adviento pensemos quien de los que nos rodean, conocidos y desconocidos necesitan que les infundamos esta esperanza. Quienes andan apagados y no reconocen a Dios como Padre. Invitémosles a que nos acompañen al encuentro del Dios que nos sale al encuentro en un niño que tiene la misma cara dl Padre de la parábola del Hijo pródigo. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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