
En la comunidad para la que escribía Mateo, formada por mucho judíos, se daba el problema de que éstos consideraban a los paganos cristianos de menor categoría porque no formaban parte del Pueblo de Dios, de los que fueron llamados a trabajar en la Viña desde el principio. En nuestras comunidades también sucede que “los de toda la vida” miran por encima del hombro a los que se incorporan desde un ambiente no tradicionalmente practicante. He visto en un templo a una señora buscar sitio para sentarse y las que se sientan en los mismos puestos “desde siempre” no decirle: “siéntate aquí”. También he visto reticencias entre los que prestan algún servicio: “ahora viene este que no ha pisado la Iglesia en su vida y lo pone el cura a leer la Pasión el Domingo de Ramos”. En las comunidades cristianas pasa esto “de toda la vida”.
Anécdotas a parte, la parábola no se limita a descalificar a los envidiosos, sino que trata de hacer comprender que ese modo de hacer las cosas no se corresponde con el modo de ser de Dios. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Él da el Espíritu Santo a todos sus hijos por igual, estén en su Viña desde el principio o hayan llegado a última hora porque, esto es importante, nadie los había contratado. No se trata de haber trabajado más o menos sino de haber sido llamado antes o después. En la historia de la Salvación a unos pocos les tocó ser llamados primero como preparación y todos somos llamados en la plenitud de los tiempos, cuando Dios envió a su Hijo. Y todos recibimos el ser hijos por adopción porque Dios es bueno con todos.
También podemos aplicar la parábola al terreno personal. Algunos hemos conocido al Señor desde pequeños y en cambio otros se encuentran con él en el último momento. Como le pasó al Ladrón arrepentido en la cruz. Con pena también he escuchado: ¿entonces el que se arrepiente de todo en el último momento se salva? Esto lo dice uno que lleva toda su vida tratando de “cumplir” con el Señor. Creo que Dios también quiere decirnos hoy algo sobre esto. Sobre nuestra manera de relacionarnos con él. Sobre esa raíz pelagiana que hay en nosotros que nos lleva a pensar que tenemos que acumular méritos ante él y nos hace ser envidiosos cuando un último gana el corazón de Dios. “Hijo tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo…”. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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