sábado, 2 de abril de 2011

Domingo IV Cuaresma Ciclo A

El domingo pasado era el agua, esta es la luz. Hace una semana nos enfrentábamos a nuestra sed a nuestras necesidades, ésta a la ceguera, a nuestras limitaciones. Pensemos en nuestra etapa intrauterina, cuando estábamos en el seno materno todo estaba oscuro. Podíamos ver, pero no veíamos nada porque allí dentro no había luz. Si alguien nos hubiera dicho que podíamos ver hubiéramos pensado que eso es una tontería.
Jesús dice que él ha venido para un juicio para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos. En el domingo de la trasfiguración ya os hablaba de la mirada teologal, de mirar como mira Dios. En la elección del Rey David Dios no ve como los hombres, las apariencias, sino el corazón del hijo menor de Jesé. En el Evangelio que es un auténtico juicio a Jesús más que al ciego, los que creen que ven, sólo ven las apariencias “que cura en sábado, que es un pecador”, el ciego en cambio no sólo se cura de la ceguera, sino que empieza a ver en Jesús algo más que un Galileo poco ortodoxo.
La ceguera del ciego es una limitación física. La de los fariseos es más profunda es espiritual. Sus esquemas cerrados, su inmovilismo, y su cerrazón les limitaba para acoger a Jesús. Es como los prejuicios cristofóbicos que impiden ver la realidad como es a los que en la prensa califican lo ocurrido en la Capilla de la Universidad Complutense como una acción de protesta legítima, en vez de un atentado grave contra las libertades religiosa, de culto y de conciencia.
Los fariseos se van radicalizando progresivamente y cada vez se cierran más a Jesús. En el ciego de nacimiento se dio también un proceso. Un proceso de crecimiento en su fe en Jesús. Cuando los vecinos le preguntan quién le había dado la vista respondía: “ese hombre que llaman Jesús”. Cuando Los fariseos le preguntan ¿Qué dices tú del que te ha abierto los ojos? El contestó: “que es un profeta”. Cuando el interrogatorio se va poniendo más serio y los fariseos decían que no sabían de dónde viene Jesús, el ciego dijo “si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. El proceso de apertura a la fe en Jesús fue “creo Señor” y su postración ante Jesús. Ese gesto implicaba el reconocimiento de la divinidad de Jesús.
La fe no es algo estático, un conjunto de verdades asumidas en bloque y de forma automática. La fe es relacional, creemos en alguien, no en algo, y como toda relación personal requiere un proceso de conocimiento, de apertura y profundización. La vida de fe también tiene sus etapas, sus rachas. La fe del ciego progresa precisamente en un episodio nada agradable ni pacífico. Es expulsado de la sinagoga. Soy de los que piensan que los tiempos que corren nos vienen muy bien para que nuestra fe, nuestra adhesión a Jesús madure y se fortalezca.
La conversión cuaresmal más que un “ser mejores” es un volver al Señor, volver a Jesús. La conversión que se nos pide es una conversión a él. Jesús está esperando nuestra adhesión incondicional a su persona y a su proyecto salvador. ¿Estamos dispuestos a esta conversión? Cómo al ciego nos pregunta: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?” Para ver las lecturas pincha aquí.

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