sábado, 19 de marzo de 2011

Domingo II Cuaresma CIclo A

Dice la antífona de entrada de este Domingo: Tú nos dices Señor: "buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. (Cf. Sal 26,8-9)
En el Evangelio dice que el rostro de Jesús resplandecía como el sol. El viernes santo leeremos en Isaías 53, 2 que el Siervo no tenía aspecto humano, “ante quien se vuelve el rostro”. Es el mismo rostro. El de Jesús de Nazaret, el Maestro de Galilea que pasó haciendo el bien, que en la Montaña santa mostró su Gloria a sus amigos y que en su Pasión fue rechazado y humillado hasta que su rostro fuera desfigurado completamente con el dolor. El rostro que según la tradición limpió Marcela con piedad camino del Calvario. Son las dos caras de la misma moneda, Jesús divino y humano, la Gloria y la Cruz, el gozo y el sufrimiento. ¿Qué rostro de Jesús buscamos? ¿Sólo el glorioso, solo el doloroso? ¿Sabemos conjugar los dos? ¿Somos capaces de ver en la Cruz la Gloria como hace el Evangelista San Juan?
La Semana Pasada os hablaba de la Revisión de Vida que es una forma de discernimiento comunitario. Esta práctica tiene como finalidad no sólo la práctica de descubrir qué quiere que Dios que yo haga. Lleva a desarrollar lo que llamamos la “mirada teologal”, es decir, a mirar las cosas, las personas y los acontecimientos como los mira Dios. A llegar a ver lo que Dios ve. Dios ve mucho más que lo que nuestra retina y nuestro cerebro captan. La realidad es mucho más y no es abarcable por medio de los sentidos. Lo que los científicos y la gente de la calle llama realidad no es sino una mínima parte de lo que existe. Cuando desarrollamos esa capacidad podemos ver que las personas son mucho más que lo que aparentan; que todo lo que sucede forma parte de un plan salvador (no quiero decir destino prefijado). Podemos llegar a ver a Jesús en el rostro de los demás y sobre todo del que sufre. Vemos más allá.
Dice el Prefacio de hoy que Jesús llevó a los apóstoles al Tabor para que comprendieran que la Pasión es el camino de la Resurrección. Para que no sufrieran con el escándalo de la Cruz. La prueba fue demasiado fuerte para ellos. Seguramente llegaron a pensar que Dios mismo había abandonado a Jesús. Por eso son tan importantes no solo la luz, sino las palabras del Padre: “este es mi Hijo amado”. El Padre no deja de amar a Jesús ni un solo instante. También lo ama en la cruz aunque en ese momento Jesús tuviera que experimentar la noche oscura de la lejanía de Dios. Jesús experimentó el fruto del pecado hasta sus últimas consecuencias. Y en medio de esa oscuridad confió y esperó porque bebía de los momentos de tabor. De otros momentos en que la cercanía del Padre era palpable.
Necesitamos también nosotros momentos de Tabor. No para evadirnos de la realidad haciendo tiendas. Necesitamos experimentar el amor del Padre para ser capaces de confiar en las etapas de oscuridad. Sigamos buscando el rostro de Jesús en esta Cuaresma. Busquemos momentos de oración, subamos a la montaña, salgamos de nuestra tierra como Abraham alejémonos del ruido y los trajines. Feliz fin de semana y bendiciones.





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