
En este domingo podemos hacer un recorrido por los títulos de Jesús que encontramos en las lecturas. Y que de alguna manera están relacionados.
Empezamos por el de Cordero. Es como presenta a Jesús Juan Bautista. Este título tiene raíces en los cánticos del Siervo de Isaías. El “cordero llevado al matadero”, es el Mesías que tiene una misión expiatoria, el que carga con nuestros pecados, el que “quita el pecado del mundo”.
Siervo aparece en la primera lectura. Es precisamente el término que Isaías escoge para presentar al Mesías. Su particular forma de entender el mesianismo con una misión eminentemente espiritual y desprovisto de triunfalismos. Siervo tiene una fuerte carga de “no protagonismo”, está al servicio, totalmente para los otros.
Señor. San Pablo en la segunda lectura dice que Jesucristo es “Señor de ellos (de los que invocan su nombre) y nuestro”. Cuando en la predicación apostólica se decía que Jesús es “Kyrios” (Señor en griego) se quería decir que es Dios, porque Kyrios es la traducción al griego del término hebreo Yahveh del Antiguo Testamento.
Hijo de Dios. Así termina Juan Bautista su testimonio. En el Antiguo Testamento esta era una de las formas de llamar al Rey, (“tu eres mi hijo yo te he engendrado hoy” Sal 2, 4) también se hablaba de la paternidad de Dios sobre pueblo de Israel (“Israel tú eres mi hijo, mi primogénito” Ex 4, 22). El testimonio de Juan es la confesión elaborada por las comunidades joanneas sobre la naturaleza divina de Jesús, es el Verbo preexistente (existía antes que yo) y que ahora glorificado es dador del Espíritu Santo (bautiza con Espíritu Santo).
Jesús es el Hijo de Dios eterno como el Padre, que ha venido al mundo como Siervo, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, tomado como uno de tantos. Que al entrar en el mundo dice al Padre “aquí estoy para hacer tu voluntad”. En efecto, es el Cordero dócil y obediente que con su obediencia hasta la cruz libera del poder del pecado que reina por la desobediencia de los hombres. Reúne a las ovejas dispersas no sólo de Israel sino de todas las naciones. Y nos reúne en un solo rebaño, el de los que lo invocan como Señor. Porque por su resurrección ha sido constituido Señor y ahora da el Espíritu Santo. Como profetizó Ezequiel pone su ley en nuestras entrañas, escribe la nueva ley de la caridad en nuestros corazones. Mediante ese espíritu somos hijos de una forma existencial, hijos dóciles y obedientes, que buscan no ser servidos sino servir.
Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
Empezamos por el de Cordero. Es como presenta a Jesús Juan Bautista. Este título tiene raíces en los cánticos del Siervo de Isaías. El “cordero llevado al matadero”, es el Mesías que tiene una misión expiatoria, el que carga con nuestros pecados, el que “quita el pecado del mundo”.
Siervo aparece en la primera lectura. Es precisamente el término que Isaías escoge para presentar al Mesías. Su particular forma de entender el mesianismo con una misión eminentemente espiritual y desprovisto de triunfalismos. Siervo tiene una fuerte carga de “no protagonismo”, está al servicio, totalmente para los otros.
Señor. San Pablo en la segunda lectura dice que Jesucristo es “Señor de ellos (de los que invocan su nombre) y nuestro”. Cuando en la predicación apostólica se decía que Jesús es “Kyrios” (Señor en griego) se quería decir que es Dios, porque Kyrios es la traducción al griego del término hebreo Yahveh del Antiguo Testamento.
Hijo de Dios. Así termina Juan Bautista su testimonio. En el Antiguo Testamento esta era una de las formas de llamar al Rey, (“tu eres mi hijo yo te he engendrado hoy” Sal 2, 4) también se hablaba de la paternidad de Dios sobre pueblo de Israel (“Israel tú eres mi hijo, mi primogénito” Ex 4, 22). El testimonio de Juan es la confesión elaborada por las comunidades joanneas sobre la naturaleza divina de Jesús, es el Verbo preexistente (existía antes que yo) y que ahora glorificado es dador del Espíritu Santo (bautiza con Espíritu Santo).
Jesús es el Hijo de Dios eterno como el Padre, que ha venido al mundo como Siervo, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, tomado como uno de tantos. Que al entrar en el mundo dice al Padre “aquí estoy para hacer tu voluntad”. En efecto, es el Cordero dócil y obediente que con su obediencia hasta la cruz libera del poder del pecado que reina por la desobediencia de los hombres. Reúne a las ovejas dispersas no sólo de Israel sino de todas las naciones. Y nos reúne en un solo rebaño, el de los que lo invocan como Señor. Porque por su resurrección ha sido constituido Señor y ahora da el Espíritu Santo. Como profetizó Ezequiel pone su ley en nuestras entrañas, escribe la nueva ley de la caridad en nuestros corazones. Mediante ese espíritu somos hijos de una forma existencial, hijos dóciles y obedientes, que buscan no ser servidos sino servir.
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