
En la tarde de Nochebuena estuve poniendo el nacimiento de mi casa y mientras veía la película sobre Juan Pablo II que ponían en la televisión, Una de las frases del Papa que escuché fue “La Iglesia tiene que ser defensora de la dignidad de todo ser humano”. Juan Pablo II fue sin duda el Papa de los derechos humanos. El nació en un país donde no había libertad religiosa.
La Navidad está muy relacionada con esta cuestión de la dignidad humana. León Magno en el oficio de lectura nos dice “cristiano reconoce tu dignidad”. La dignidad del cristiano es la de ser hijo de Dios. Todo ser humano posee una dignidad como persona que es inalienable. Como bautizado posee además una dignidad singular. La oración colecta de hoy lo enuncia así: Te alabamos, Señor y Dios nuestro, porque admirablemente creaste la naturaleza humana, y de modo aún más admirable la restauraste; concédenos compartir la Vida divina
de tu Hijo Jesucristo, así como Él ha querido compartir nuestra condición humana.
Por la creación somos imagen y semejanza del creador, personas, por la salvación somos semejanza de su gloria, hijos en el Hijo. A los que acogemos al Verbo encarnado se nos da el poder ser hijos de Dios.
En Navidad solemos poner mucho el acento en el Dios que se hace pequeño, que se abaja… tenemos que fijarnos también en la grandeza del ser humano. Somos tan grandes que todo un Dios puede hacerse hombre. Como me decía un amigo en un sms “lo mejor que le puede pasar a un dios es hacerse hombre, disfruta de lo que eres”.
Esto es precisamente lo que quiero subrayar: es lo que San Pablo en la segunda lectura de la misa del gallo dice “renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”. Reconocer primero nuestra gran dignidad, y sentirnos orgullosos de ella y vivir de acuerdo a esa dignidad.
Así somos testigos de la luz, resplandor de su gloria y disipamos las tinieblas que nos rodean y que tratan de oscurecer esta gran verdad, por ejemplo con el concepto de calidad de vida que tiene como consecuencia que hay unas vidas humanas más dignas de ser mantenidas que otras.
Cada Eucaristía es una sesión de dignidad de hijo de Dios. Salimos renovados en esta gloria que brilla en nosotros. Dejemos que este resplandor de Belén brille en nuestra vida.
La Navidad está muy relacionada con esta cuestión de la dignidad humana. León Magno en el oficio de lectura nos dice “cristiano reconoce tu dignidad”. La dignidad del cristiano es la de ser hijo de Dios. Todo ser humano posee una dignidad como persona que es inalienable. Como bautizado posee además una dignidad singular. La oración colecta de hoy lo enuncia así: Te alabamos, Señor y Dios nuestro, porque admirablemente creaste la naturaleza humana, y de modo aún más admirable la restauraste; concédenos compartir la Vida divina
de tu Hijo Jesucristo, así como Él ha querido compartir nuestra condición humana.
Por la creación somos imagen y semejanza del creador, personas, por la salvación somos semejanza de su gloria, hijos en el Hijo. A los que acogemos al Verbo encarnado se nos da el poder ser hijos de Dios.
En Navidad solemos poner mucho el acento en el Dios que se hace pequeño, que se abaja… tenemos que fijarnos también en la grandeza del ser humano. Somos tan grandes que todo un Dios puede hacerse hombre. Como me decía un amigo en un sms “lo mejor que le puede pasar a un dios es hacerse hombre, disfruta de lo que eres”.
Esto es precisamente lo que quiero subrayar: es lo que San Pablo en la segunda lectura de la misa del gallo dice “renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”. Reconocer primero nuestra gran dignidad, y sentirnos orgullosos de ella y vivir de acuerdo a esa dignidad.
Así somos testigos de la luz, resplandor de su gloria y disipamos las tinieblas que nos rodean y que tratan de oscurecer esta gran verdad, por ejemplo con el concepto de calidad de vida que tiene como consecuencia que hay unas vidas humanas más dignas de ser mantenidas que otras.
Cada Eucaristía es una sesión de dignidad de hijo de Dios. Salimos renovados en esta gloria que brilla en nosotros. Dejemos que este resplandor de Belén brille en nuestra vida.
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