martes, 7 de diciembre de 2010


Dios no improvisa. Así titularía yo la homilía de esta solemnidad. En las lecturas que se nos proponen vemos una constante: Plan de salvación. Dios no se conforma con que sus planes se tuerzan y se vean frustrados por el pecado. Dios siempre apuesta por el ser humano que ha salido de sus manos. Dios no puede permitir que los hombres vaguemos por la tierra y por la historia sin sentido dominados por el pecado.
Celebramos que María fue concebida sin pecado original o dicho de otro modo concebida en gracia (botella medio llena o medio vacía). El Pecado original es la herencia con la que nacemos. Nacemos privados de la vida de Dios. Y esto no es consecuencia de nuestra libertad, no somos responsables, es consecuencia del camino que la humanidad ha escogido desde el comienzo de la historia de vivir de espaldas a Dios buscándose su propia felicidad rechazando la que Dios le ha ofrecido.
Si por un hombre entró el pecado en el mundo, por un hombre entró la salvación (Rm 5). Desde antes de la creación Dios nos había elegido para ser santos, para ser felices. Ese plan se realizó plenamente en su Hijo encarnado. Y es aquí donde aparece María. La Madre de Jesús. Que en previsión de los méritos de su Hijo fue preservada de toda mancha de pecado original. Ella es la llena de gracia que no trasmitió al fruto de su vientre el pecado original. Purísima había de ser la que concibiera al Salvador del mundo.
Esto ocurrió hace veinte siglos. Si repasamos nuestra historia encontramos de todo. Si la repasamos sin fe podemos caer en el pesimismo y pensar que los planes de Dios han fracasado. Tengamos cuidado con mirar a la historia desde nuestros prejuicios y subjetivismos. Desde nuestra mirada a veces tan estrecha y miope que no vemos más allá de nuestros propios problemas. María miraba al futuro desde la fe y exclamó “me llamarán dichosa todas la generaciones” y si miraba al pasado exclamaba “como lo había prometido a nuestros padres”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario