domingo, 9 de octubre de 2016

SEMANA VIGÉSIMO OCTAVA TO CICLO C DOMINGO



Los que nos movemos en el ámbito de la Nueva Evangelización hablamos frecuentemente de los conversos. Normalmente son bautizados que pasan de vivir una fe de costumbre si chispa a descubrir a Jesús vivo que los ama y los lanza a contagiar a otros su alegría de creer. Los conversos suelen tener una fuerza y un empuje que los discípulos de toda la vida sorprende y hasta molesta. Los cristianos viejos pueden pensar y hasta comentar ¿Pero qué se habrá creído este que acaba de llegar a la Parroquia? Empiezo mi homilía por aquí porque tanto Naamán como el leproso son extranjeros. Ser extranjero en la Biblia no es cuestión de nacionalidad civil, sino de ser o no ser del Pueblo de Dios escogido. El Pueblo que en principio es el depositario y destinatario de la salvación.  En nuestra situación actual los extranjeros son los que llamamos “alejados”, un término que encierra cierto juicio porque parece que son culpables de estar lejos, y muchas veces están lejos porque nosotros no los acogemos o no les hemos invitado siquiera. El amor de Dios no tiene barreras, su Espíritu Santo sopla donde quiere. Como dice la oración colecta de hoy, su Gracia nos precede, va por delante de nosotros. Y se derrama y actúa en la vida de las personas cuando y como quiere. También llega a los extranjeros de nuestras comunidades y actúa en sus vidas sanando. Hoy ya no hay lepra entre nosotros. La lepra acarreaba aislamiento y vivir lejos de la comunidad. En este caso Jesús no se acerca a los leprosos pero en otros sí llega a tocarlos saltándose las prohibiciones. Nos llama este domingo a acercarnos a los leprosos de nuestro barrio, a los que se sienten alejados e incluso excluidos de nuestra Parroquia para que sepan que los estamos esperando.


La Palabra de Dios hoy nos muestra una segunda cosa. El proceso de fe que hizo el leproso samaritano. Los diez fueron curados porque creyeron en la palabra de Jesús. Él los envió a los sacerdotes y ellos se fiaron de esa palabra y se pusieron en camino esperando que la lepra iba a desaparecer. Esa confianza es admirable, pero se queda en “vaya que poder tiene para curar este profeta de galilea”. Es la confianza que podemos tener en nuestro Fisio, médico o terapeuta de cualquier tipo. Uno de los diez descubrió algo más. Sintió la necesidad, pasando de la mediación de los sacerdotes por cierto (eran los que certificaban si la lepra estaba curada y permitían reintegrarse a la comunidad) de volver para encontrarse con Jesús. Se dio la vuelta alabando a Dios. Ese hombre descubrió que su curación era “acción de Dios”. En ese suceso y sobre todo, en la persona de Jesús, Dios salía a su encuentro. En la línea de las teofanías del antiguo testamento, este hombre descubre “Dios está aquí” primero alaba a grandes gritos y se postra para adorar a Dios en Jesús. Son tres pasos: descubrir la acción de Dios, alabar y finalmente adorar. La alabanza es la que hace de enlace entre la experiencia y la adoración. La alabanza rompe el marco de una relación con Dios interesada basada en lo que Dios me aporta utilitaristamente, a y lleva a la adoración, al reconocimiento de la santidad de Dios.  Empezamos dando gracias a Dios por lo que nos da, pasamos a alabarlo porque nos ama gratuitamente y terminamos adorándolo porque es Santo. ¿Alabas tú a Dios? Mientras no alabes no avanzas en tu relación con él.  Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.

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